Agua y Salud

Si pensamos que el 70% del cuerpo humano está compuesto por agua, no sorprende que la relación con este elemento, no solo como bebida, sino también en forma de baños, inmersiones, chorros, vapores, etc. es fundamental para mantener o mejorar un buen estado de salud.

Según Hipócrates, la enfermedad consistía en un desequilibrio del cuerpo. La curación se entendía como un renovado equilibrio al que se llegaba por medio del agua, la dieta, la vida sana, la luz y la tranquilidad mental.

Las aguas termales surgen de manantiales que se encuentran en capas subterráneas de la tierra, desde donde suben a la superficie en forma de agua caliente o de vapores, enriquecidas por varios componentes como el magnesio, el calcio, el azufre y el dióxido de carbono.

Desde un punto de vista puramente terapéutico, el agua, y especialmente las aguas termales, mineromedicinales y marinas, actúan sobre la salud de tres formas: química, física y biológica. Los baños aumentan la temperatura corporal, lo cual debilita gérmenes y virus, ejercen una presión hidrostática que favorece la circulación y la oxigenación de las células que, a su vez, ayuda los procesos metabólicos de estómago e hígado. Además, el agua puede llegar a mejorar los sistemas inmunológicos cuando los tratamientos son constantes y repetidos.

Más allá de sus beneficios sobre la salud física, que en la actualidad se preserva mayoritariamente con la farmacología moderna, el principal atractivo que los
tratamientos basados en el agua tienen hoy en día, se encuentra en sus beneficios para el bienestar psíquico y la relajación. El contacto con el agua aumenta la producción de endorfinas, conocidas como las hormonas de la felicidad.